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Arte y literatura: Buenos Aires en torno a 1900

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Teodosio Fernández, catedrático de Literatura Hispanoamericana y miembro correspondiente de la Academia Chilena de la Lengua, actualmente es profesor emérito en la Universidad Autónoma de Madrid. Desde que en 1982 publicara El teatro chileno contemporáneo (1941-1973), ha dedicado varios libros y muy numerosos artículos al estudio de la literatura americana en lengua española. También ha preparado ediciones anotadas de obras capitales, como Huasipungo, de Jorge Icaza, El reino de este mundo, de Alejo Carpentier, o Una excursión a los indios ranqueles, de Lucio V. Mansilla.


Rubén Dario.

La riqueza cultural de la América de lengua española ofrece aún no pocas posibilidades para la investigación, y más si se conjugan aspectos como la literatura y las artes plásticas. Un espacio de particular interés lo ofrece Buenos Aires a la llegada de Rubén Darío, en agosto de 1893, una ciudad que el poeta nicaragüense encontró modernísima y cosmopolita, y donde entabló estrechas relaciones con escritores y artistas.

El ambiente se había animado allí con iniciativas entre las que merece destacarse las del Ateneo, donde por entonces discutían los partidarios de construir una cultura nacional con los defensores de otras opciones literarias. Esa institución había organizado pocos meses antes el primer Salón de los cuatro que se ofrecieron anualmente hasta 1896, de excepcional relevancia como testimonio de la actividad artística argentina del momento.

1. La vuelta de malón de Ángel Della Valle. 2. Sin pan y sin trabajo de Ernesto de la Cárcova.

Aunque pasados los años fueran especialmente celebradas otras pinturas ―como La vuelta de malón, de Ángel Della Valle, o Sin pan y sin trabajo, de Ernesto de la Cárcova, expuestas en 1894―, ofrece especial interés el inaugurado el 20 de octubre de 1895, y eso en atención a las siete crónicas que Darío le dedicó en el diario La Prensa, entre el 21 de ese mes y el 10 de noviembre, crónicas que pasaron desapercibidas hasta que Laura Malosetti se ocupó de ellas en Los primeros modernos: arte y sociedad en Buenos Aires a fines del siglo XIX (2001). El Salón permitía comprobar que había lugar para el arte en aquella ciudad materialista que mostraban las novelas argentinas de la época.

1. Los primeros modernos: arte y sociedad en Buenos Aires a fines del siglo XIX, signatura 2B-68634. 2. Prosas profanas y otros poemas, signatura 3R-4415. 3. Dedicatoria autógrafa de Rubén Darío en “Prosa profanas y otros poemas”: A “Sancho Sánchez”, afectuosamente. R. Darío. Buenos Aires, 1897.

Para disgusto del poeta, las obras expuestas rara vez revelaban afinidades con el ideal estético que él perseguía: un ámbito propio del ensueño visionario que el arte debía preferir a la prosaica realidad cotidiana. Por entonces plasmaba esa búsqueda en los ensayos que en 1896 conformarían Los raros, y sobre todo en los versos que a finales de ese mismo año darían lugar a Prosas profanas y otros poemas, ese libro decisivo en el proceso de la poesía hispánica que encontraría su forma definitiva al editarse en 1901 en París, con algunos poemas más y un famoso prólogo del uruguayo José Enrique Rodó.

Edificio Bon Marché, en la calle Florida (hoy Galerías Pacífico).

Los miembros del Ateneo de Buenos Aires no se animaron a preparar el Salón previsto para octubre de 1897, pero para entonces sus inquietudes ya habían resultado decisivas en la creación del Museo de Bellas Artes, inaugurado el 25 de diciembre de 1896 bajo la dirección del pintor Eduardo Schiaffino, con el que Darío había establecido una estrecha amistad. Ese museo encontró su primera sede en el Bon Marché, edificio comercial que albergaba por entonces el Ateneo y donde se había organizado el Salón comentado en 1895.

Por lo demás, Rubén abandonó la capital argentina en diciembre de 1898. La pintura no tardó en buscar nuevos caminos, sobre todo con el grupo Nexus, que se presentó en Buenos Aires en 1907 y defendió el desarrollo de un arte interesado en la identidad nacional. Con este grupo tuvieron una relación más o menos intensa dos de los antiguos implicados en las actividades del Ateneo, Carlos P. Ripamonte y José León Pagano, autores de aportaciones útiles tanto para recuperar aquel pasado como para valorar las nuevas iniciativas.

En Vida. Causa y efectos de la evolución artística argentina. Los últimos treinta años (1930), Ripamonte dejó un testimonio valioso para entender las limitaciones artísticas que habían contrariado a Darío: en los años noventa del siglo XIX el ambiente en Buenos Aires no era propicio a los simbolistas o decadentes, por prejuicios morales, ni al impresionismo, en este caso porque los pintores no mostraban interés en la pintura al aire libre. Solo a principios del siglo XX se desarrolló plenamente esta opción. Por su parte, Pagano habría de dar cuenta de ese proceso en muchas páginas de su monumental obra El arte de los argentinos (tres tomos, 1937-1938-1940).

1. Vida. Causa y efectos de la evolución artística argentina. Los últimos treinta años, signatura 1B-52647. 2-3. El arte de los argentinos, signatura 5B-7713-1, con grabado original de Amadeo Dell’Acqua (Argentina, 1905-1987), ca. 1930, firmado a lápiz. 4. El encanto de Buenos Aires, signatura 2B-19131.

El guatemalteco Enrique Gómez Carrillo, que en 1914 pasó algunos meses allí, dejó en El encanto de Buenos Aires (publicado ese mismo año) un testimonio de gran interés para recuperar esa ciudad cosmopolita que Darío había descubierto. Era el Buenos Aires increíble que el poeta nicaragüense le había descrito en París y que ahora, cuando aún se percibían los ecos de la celebración del centenario de la independencia en 1910, había ganado en riqueza y refinamiento, pues no en vano la aún reciente Avenida de Mayo parecía competir en arquitectura, lujo y animación con cualquier boulevard de París.

Los artistas y los escritores argentinos, inmersos en el día a día y afectados por las molestias derivadas de la modernización, no parecían valorar positivamente las consecuencias del progreso. Cuando se interesaron por escenarios urbanos, los pintores de la nueva etapa prefirieron los ámbitos del trabajo y la industria, lo que los acercaba a los barrios obreros. Era un modo de ocuparse de la identidad nacional, que otros prefirieron buscar en el campo y en el pasado gauchesco.

1. Alma gaucha, signatura 5B-11692. 2. El gaucho Martín Fierro, signatura 5B-10698.

Esas opciones también dominaron la literatura argentina, a la que el nacionalismo de aquella hora permitió descubrir tanto los encantos del suburbio como los de la naturaleza, con sus habitantes respectivos. Como Gómez Carrillo pudo constatar, poetas, novelistas y dramaturgos se habían entregado sobre todo a la tarea de mostrar en sus obras gauchos y gauchas: ahí estaba el ejemplo del otrora modernista Alberto Ghiraldo (otro amigo de Darío), quien con su drama Alma gaucha, estrenado en 1906, hacía recordar Martín Fierro, el celebrado poema de José Hernández.

La Biblioteca Hispánica de la AECID custodia valiosas primeras ediciones de la mayoría de los títulos mencionados, así como otra abundante bibliografía imprescindible para la investigación de una etapa de la cultura argentina aún necesitada de análisis que la recuperen en toda su riqueza.


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biblioaecidmadrid (13 de enero de 2025). Arte y literatura: Buenos Aires en torno a 1900. La reina de los mares. Recuperado 11 de febrero de 2025 de https://doi.org/10.58079/132ft


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